miércoles, 16 de junio de 2010

Desde Montánchez: HUELGA, NO; ELECCIONES, SÍ

No comparto, generalmente, la idea de las huelgas. Nunca me he declarado en huelga. Me parece un modo de protesta poco eficaz y que, además, fastidia a gente que no tiene la culpa. Y en las actuales circunstancias en España, una huelga general es lo que menos falta hace.

Prefiero que Zeta disuelva las cámaras esta misma tarde y dentro de mes y medio seamos convocados a las urnas, aunque sea en pleno mes de agosto, y con los votos decidamos si este hombre puede seguir gobernando en España o hace falta que venga otro. Así de claro.

Huelga general ¿para qué? ¿Para pedir que no se tomen las medidas que la economía y la sociedad española necesitan? ¿Para evitar que se pida un euro por receta médica o que se termine con el cachondeo de las bajas laborales por depresión cada dos meses? ¿O una huelga, como la de los funcionarios, para nada?

No podemos ser insensatos. Desde un lado al otro del planeta se está diciendo que Occidente, como tal, vive por encima de sus posibilidades. Y, además, sin cultivar ningún valor o principio social más que el tener y tener, sin rastro de preocupaciones morales. La crisis no es sólo económica, sino de la esencia de nuestro estilo de vida.

Reflexionar sobre esto me parece más interesante que declararse en huelga. Hemos alcanzado cotas fantásticas en cuanto a libertades y derechos políticos y sociales; pero, al mismo tiempo, hemos tocado fondo en cuanto a nuestro proyecto como seres humanos. Esta es la crisis. Lamentablemente, en el Occidente de hoy apenas podemos contar con pensadores que nos hablen sin demagogia, con poetas que narren este desgarro. No hay ni cantautores que nos pongan el espejo delante para incomodarnos. Sin esa capacidad de discernimiento, nuestra sociedad se evade contando dólares en el mercado bursátil. Y eso es una estupidez.

La crisis es el reflejo de nuestra estupidez. Eso no se soluciona con huelgas.


miércoles, 2 de junio de 2010

Desde Montánchez, DERRIBAR AL GOBIERNO



El decreto ley del recortazo nos ha desvelado hasta qué punto el Gobierno es una piltrafa. Su presidente, un pellejo político. El Consejo de Ministros, un colectivo de ínfima consistencia moral que todos desechan. La soledad de Zapatero se escenificó delante de millones de personas. El hombre quería mantener la sonrisa de conejo pero el ímpetu de la soberbia herida sepultaba el mohín forzado. Todas las formaciones quieren demoler el tinglado falaz que el PSOE ha erigido, desde hace un sexenio, en torno a un sujeto sin predicado y merced a un predicado letal cuyo sujeto no se ha explicitado. Todavía.

Derribar al Gobierno es, en realidad, un requisito. La condición sine qua non para que ese Gobierno no arruine al pueblo cuyo interés juró, o prometió, defender. Nuestra economía se devalúa a medida que aumenta nuestra deuda. La prosperidad que, otrora, gozamos, se diluye cual azucarillo en aguardiente. El pleno empleo que un quinquenio atrás se alcanzó, en sueño de una noche de verano se ha convertido. No hay sustancialidad en un Gobierno que carece de esencia y no hay carisma en un presidente tahúr.

La vida nos pone a cada uno en nuestro sitio. Antes o después, la mentira acaba por engullir a quienes la emplean como arma contra el pueblo. Sí se manipuló la información cuando se culpó a Cascos del desastre del Prestige. Sí se calumnió a mansalva cuando se llamó asesino al Aznar que no nos envió a la guerra de Irak. Sí se injurió al encausar la masacre de Atocha con los asesinos de Al Qaeda. Sí se difamó cuando se imputó al PP el secuestro de la democracia y cuando se instó a rodear a la derecha de un cordón sanitario. Detrás de toda esta panoplia de falsedades, el PSOE, con Rubalcaba de maestros de ceremonias y con Zapatero de inocente niño jesús. Con perdón.

Construir un Gobierno sobre tanta estafa es una tarea, no crean, muy complicada. La dificultad estriba en que la edificación no se cimentó con pilotes de garantía estructural, sino sobre el fango de una propaganda tan malsana como cruel. No se creaba. Se plagiaba. No se generaba riqueza. Se derrochaba el pingüe legado popular. No se producía una administración honrada. Se elaboraba una burocracia paralela, adicta y lacaya. No se perseguía el bien público, sino el interés partidario. No se premiaba la capacidad y el mérito. Se alababa la obediencia al régimen. No se puede mentir a todos tanto tiempo.

La gestión de Zapatero no es que se caracterizara por la impericia, es que discurría por la inoperancia. El presidente por accidente desvió la atención de todos a base de Estatutos, de leyes de Memoria histórica y de insulsas alianzas de incivilizaciones. Toda una horda mediática soportaba la ficción del discurso político del intruso. El impostor de la política antiaznar. Ebrio de soberbia. Hinchado de pestilente pus que él denominaba ideología.

Los restos del naufragio están llegando a las playas de los trabajadores y de los jubilados. Tablones de salarios recortados. Miserables pensiones encapsuladas entre cubos de hielo polar. Cuadernas destrozadas de vidas obreras que aspiraron, un día, a comprarse su propia vivienda. El Gobierno de Zapatero se ha arrojado sobre los arrecifes. Dice que también se hundió el Titanic. Al Titanic lo hundió la miseria de los indeseables. La misma miseria que ahogará a esta sociedad si los oficiales no mandan al capitán a donde la corresponde. A las graveras de derribo. Cuanto antes.