miércoles, 20 de octubre de 2010

Desde Montánchez, ZETA SABE QUE LOS SOCIALISTAS TRAGAN



Si alguien conoce bien su partido es Zeta. Y sabe que los socialistas terminan tragando con lo que les eche. Al principio, cuesta un poco. Se trata de taparles la nariz unos segundos y se lo comen.

Así fue con el GAL, con la negociación con Eta y así va a pasar ahora con todo lo que les ha dado a los vascos del PNV. Que hay que llamar Araba a Álava, pues en los primeros minutos la gente se le revuelve, pero terminan pensando que eso es la modernidad y lo defenderán los primeros.

Lo dijo en el último mitin: pueden pasar muchas cosas en dieciocho meses. Y tiene razón. Lo suyo es que, en ese tiempo, los españoles le echaran de La Moncloa con cajas destempladas pues peor no se puede llevar un país. Pero él sabe, íntimamente, que los socialistas tragan.

Hay que recordar lo que ocurrió con el Estatuto catalán: algunos de los diputados amenazaron con saltarse la disciplina de voto. Al final, todo el mundo votó, todo el mundo se calló y el electorado socialista tragó quina por un tubo.

Las encuestas dicen que el PP está catorce puntos por encima del PSOE. Y será verdad. Pero casi nadie destaca que más del 30% de los encuestados guarda silencio sobre su voto. Ahí están agazapados los de Zapatero. No se atreven a proclamar que van a volver a votarle, pero él sabe que cuenta con ellos en cuanto se lo pida.

Porque tragan.

martes, 12 de octubre de 2010

Desde Montánchez, ESPAÑA



Salvo para tomar impulso. Si no, siempre adelante. El progreso mira atrás por el espejo retrovisor pero toda su atención se fija en el futuro que es presente. Cuando niño, soporté las cartillas de racionamiento, las campañas de Caritas, el barro de los cabezos, la pobreza de la barriada de La Navidad y tantas miserias que, como Machado, recordar no quiero. La emigración que hería y la televisión que mostraba la carta de ajuste. Tiempos.

La España de entonces guarda de antaño el olor a mar y a tierra. Y poco más. Sin embargo, el temor al regreso se apodera de los sesentones como quien les escribe. El alma se estremece cuando mis convecinos pierden su empleo o a la vista del auge de los comedores de auxilio social. El espíritu se rebela cada vez que visos dictatoriales corrompen la joven democracia que disfrutamos. Los demonios en el jardín me asaltan ante estas visiones, que no son producto de una pesadilla ni resultado de una abstracción depresiva ni consecuencia de una borrachera de "peseteros".

Me aterra volver en el túnel del tiempo a las delgadeces de los años cincuenta. No soporto que nuestros hijos pasen las calamidades que debimos atravesar sus padres y abuelos. Me resisto a ello. Como me resisto a alienarme, a cerrar los ojos, a conformarme, a callarme, a pasar de largo. Me resisto.

El futuro es trabajo de Dios, me decía un ser querido. Sin embargo, a Dios rogando y con el mazo dando. El presente recaba la cooperación de todos. Si la España de los cincuenta se resquebraja por efecto de la incuria psoecialista, la división entregará la victoria a los enemigos. El artículo 2 de nuestra Carta Magna dice: "La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las la nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.

Jamás tuvimos, en los dos últimos siglos de nuestra historia, una Constitución tan consensuada y, acaso gracia a ello, -o al revés-, tan ambigua y flexible. Cualquier reforma de esta Ley Suprema debe aspirar a esa cota de consenso, -dentro de la modernidad que los nuevos tiempos marcan- que permita a todos los españoles, sin excepción, sentirnos satisfechos de cuán importante es asumir la soberanía nacional. Pocas veces ha sido posible plasmar, de manera tan acertada, la idea de una España plural y diversa que, en esa riqueza, defiende su unidad.

La ruptura de España porque a Zapatero le salga del moño defender la peregrina idea de que la nación es un concepto discutido y discutible, comportaría males que nos despeñarían por la sima del ayer más infeliz. En este sentido, más vale una colora que cien amarillas. “Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras Leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general”.

Cómo que quién dice eso. El artículo 155 de la Constitución del 78. ¿Seguro? Como que Zapatero desgobierna. Entonces, sin duda. Ahí estamos. España, España, España, es mucho más que un grito de aliento a la selección nacional de lo que sea. Es la defensa de un Estado que es nación y de una nación que es Estado. Desde hace siglos. El 12 de octubre es una simple efemérides. España es un sentimiento y una razón. España mira adelante. Otros, hacia atrás. Como la mujer de Lot, se convertirán en estatuas de sal...fuman.

domingo, 3 de octubre de 2010

Desde Montánchez,REFLEXIÓN PARA LA IZQUIERDA

El fracaso de la huelga general, con unos ciudadanos dispuestos a acudir a su puesto de trabajo frente a los sindicalistas —al mismo tiempo que denostaban la política económica del Gobierno socialista—, debe hacer reflexionar a la izquierda.

Llevaban treinta y cinco años con una hegemonía moral que les permitía hacer cualquier cosa sabiendo que contaban con la anuencia general. Ellos eran los de la libertad y la democracia, de modo que hicieran lo que hicieran se entendía en pro de la libertad y de la profundización en los derechos democráticos.

Pero el día 29 de septiembre la gente dijo “no”. La auctoritas de la izquierda de resquebrajó. Nadie duda de que la defensa de los derechos de los trabajadores sea imprescindible en nuestra sociedad, pero no a través de ese sindicalismo trasnochado; nadie duda de que los socialistas han contribuido al progreso de España, pero no este gobierno anclado en un izquierdismo radical anacrónico que sólo crea paro y desesperanza.

La izquierda debe reflexionar. Ya no es tan fácil salir a la calle y decir “soy de izquierdas” para ganarse un aplauso casi generalizado; ahora hay que demostrar que la izquierda tiene algo que decir en el siglo XXI.

Por primera vez la gente le ha dicho “no” a los planteamientos sindicalistas e izquierdistas porque esta sociedad ya no vive de politiquerías ni etiquetas vanas: la gente quiere hechos, eficacia, sensatez y empleo.

Nada de eso lo ofrece hoy la izquierda.

Tienen que reflexionar.