Al rebufo de los sobrecitos de Bárcenas, ahora
se ven sobres por todas partes y, aunque haberlos haylos, no es lo mismo hacer
cómplice al personal, repartiendo migajitas de dinero negro para que todos
miren para otra parte, que distribuir un dinero legal, aunque en el camino se
ilegalice al no declararlo su destinatario como ingreso atípico a Hacienda. Son
cosas bien diferentes. Parece que lo que hacía Bárcenas era repartir los
decimales del fondo cuantioso que le llegaba del ordeño de comisiones, a cambio
de gestiones y telefonazos que resolvían muchas contrataciones por la vía
rápida. Era el clásico dinero de “maletines”, negro zumbón, que pasaba del
sobre al bolsillo de los destinatarios y que, lógicamente, no lo podían
declarar por su oscuro origen. Se habría descubierto el pastel y eso no
interesaba a nadie, ni al pastelero ni a los que entre los dedos le ponían un
poquito de nata.
Hay un sobre para ti, decía Bárcenas y,
como en la bazofia televisiva, todos acudían puntuales a retirarlo, porque
aunque había sobres abultados y con michelines de 15.000 euros mensuales, los
menos afortunados se conformaban con los seis, cinco, cuatro mil… Y todos
a callar, nadie se atrevió a cuestionar la eficacia y la honrada gestión del
cartero. Y mientras tanto Bárcenas acumulando a paladas, porque es evidente que
además de buen gestor, es buen conocedor de lo miserables que eran los
supuestos destinatarios de su limosneo, que se conformaban con que en su
rebanada les untase un poco de pringue.
Hay otros sobres, claro, pero aunque son
igualmente de “chitón en boca”, lo que deberíamos cuestionarnos sobre ellos no
es quién los da ni quién los recibe, sino la mayor, es decir, el dinero que va
dentro. En casi todas las instituciones hay establecidas unas cantidades importantes,
muy importantes, para algo tan insostenible como “el funcionamiento de los
grupos”. Dinero institucional y limpio que se va oscureciendo en los pasos
posteriores, porque acaba en sobrecitos o talones al portador, para pagar
favores, para comprar, para silenciar o para abonar facturas de los partidos.
En diputaciones, en algunos ayuntamientos, en los parlamentos autonómicos y,
por supuesto, en el Congreso y en el Senado, cantidades ingentes de dinero
acaban engrosando las arcas de los partidos, y de su distribución posterior
nada se sabe, porque eso es materia reservada incluso para los integrantes de
los propios grupos parlamentarios.
Centrándonos en lo más cercano y sin
presuponer nada ilegal, la Asamblea de Extremadura, que paga todos los gastos
de funcionamiento que generan los grupos parlamentarios, desde un folio a un
terminal móvil, además de liberar a los diputados abona mensualmente 2.000
euros por cada uno de ellos. Es decir 64.000 euros al grupo parlamentario del
PP, 60.000 al del PSOE y 6.000 al de IU. ¡Ojo, que son cantidades mensuales!
¿Qué se hace con ese dinero? Supongo que en teoría estará auditado y que su
gasto posterior será legal y estará justificado, aunque se lleve como un
secreto de estado al que casi nadie tiene acceso, pero ¿para qué se mantiene
una partida tan abultada, si en sede parlamentaria no falta de nada? Cuando los
diputados no estaban liberados, podían justificarse ciertas compensaciones,
pero hoy es algo que tiene difícil justificación. Es mucho lo que hay que segar,
porque en algunos ayuntamientos ocurre lo mismo, pero ¿quién pone el cascabel
al gato? Desde luego no será el gato.